Piano

Aquella noche lluviosa de octubre gris, a salvo de la lluvia bajo un paraguas demasiado pequeño para dos y apresurando el paso calle abajo por la vieja acera de empedrado milenario.

Era tarde y no había tiempo que perder salvo para darse cuenta del momento mágico que estaba a punto de suceder. Llevaba un mes planeando, ensayando algo que hacía 15 años que no hacía.

Por fin llegaron al local, de puerta pequeña y grandes cortinas aterciopeladas que ocultaban al exterior el ambiente mágico y retirado que durante décadas se había conservado. La luz tenue abrazaba a el escaso público que se había dado cita. Repartidos en mesas redondas, pequeñas, con pequeñas velas presidiendo el centro de cada una. Una mesa nos estaba esperando en frente del escenario. Escenario donde se encontraba mi gran amigo Norman Miller a punto de empezar su concierto y nervioso por nuestra tardanza.

Cinco o seis canciones más tarde, los nervios me impedían saberlo con certeza) llegó el momento que tanto estaba deseando. Fue entonces cuando invitado por Norman subí al escenario, al pequeño escenario presidido por un brillante piano de cola, impecable, majestuoso. Ella abrió los ojos a la vez que la boca en señal de incomprensión, de sorpresa, de saber que lago iba a ocurrir por que un gran cosquilleo empezaba a subir por la espalda erizando la piel bajo su camisa negra.

Un silencio como nunca había sentido, un sudor frío recorría mi frente y mis manos temblaban como si fuese la primera vez que me sentaba delante de un piano. Un suspiro hondo y.......



(su canción)